La jornada del 19 de junio la dediqué a Desert Streams, un colegio de Kibera en el que estudian 25 niños y niñas de Karibu Sana. Judy, la directora, es una mujer fantástica, con una preocupación preferente por las ‘periferias’ que me enseña constantemente el significado de la palabra servir.
Habíamos concertado varias reuniones, con niños y padres. La mañana se convirtió en un goteo de conversaciones en las que a veces Judy me servía de traductora.
El primero fue Edward, un alumno de 15 años que lleva ya dos con nosotros. Con voz entrecortada por el kswahili y la emoción me fue poniendo al día de algunos de sus problemas. La familia es muy pobre, y es cabeza una hermana de 18 porque los padres murieron. Además a él le hacen un cierto vacío: heredó de sus padres el IVH, y en este viaje he descubierto que mucha gente sospecha que la enfermedad se transmite por el aire, convirtiendo a estos niños enfermos en rechazados. Eso, y el hambre, le hace sufrir mucho y me conmueve. Tomo dos medidas: Edward será uno de los niños que pasarán a formar parte de nuestro nuevo proyecto con Desert (una habitación dentro del colegio para que puedan vivir niños maltratados, echados por los caseros, o en peligro de exclusión o delincuencia). Y hago venir a su hermana para poner algunos puntos sobre las íes.
Luego me presentan a Rose, una niña de 13, lista y guapa, que es la mayor de 5 hermanos y que nos pide ayuda para estudiar. Todavía viste el uniforme de la anterior escuela, de la que le echaron porque su madre no podía pagar la mensualidad de unos 10€. Me alegra mucho decirle que sí.
Paso a Frederik (llamémoslo así), que está en 6º con tres años más de los debidos, al que sus padres han abandonado en Kibera y que lleva semanas con cierta crisis entre el camino del ‘bien’ (la escuela) y el del mal (amigos de la calle). Me entero de la enorme violencia a la que estos desgraciados están sometidos (no son extraños los asesinatos) y la conversación con Frederik se convierte en todo un reto. También tiene que incorporarse a nuestra habitación/refugio en Desert.
Judy me va presentando a madres que quieren verme. La primera es Martha, viuda con dos niños de tres y dos años. El pequeño nació cuando ella, recién perdido su marido, estuvo en coma durante tres meses. Una consecuencia de su enfermedad ha sido la parálisis total (por ahora) de una de sus piernas. Está sin trabajo, sin ayuda. Le pido sus informes médicos, que me envíe los medicamentos que necesita, y le aseguro que nos encargaremos de los niños. No son todavia las 11 de la mañana.
Luego viene Selfa. Se encuentra muy tensa, y no es para menos. Hace unos días su hijo (alumno aquí) sufrió un ataque con una botella de cristal de Fanta. La rompieron en su cabeza. El atacante, al que conozco, nos enteramos más tarde de que se encontraba en pleno ataque de estrés tras haber sido echados de su vivienda por impago. Hablé con la madre del herodo, hablé con él. La tarde anterior la pasaron de pruebas en hospitales y gracias a Dios no quedarán consecuencias del golpe. Aunque la madre trabaja, su salario equivale a unos 75€ al mes. Le ofrezco nuestra ayuda en la educación del niño. De paso me aseguro con Judy que me concierte una cita con el agresor para sentarnos a hablar. En el colegio suponen que lo lógico sería darle unos cuantos varazos para que sea consciente de lo que ha hecho. A quien esto sugiere le respondo que no, que el chico ya ha enviado cartas de disculpa a la víctima, a los profesores y a mi, y que con hablar me basta: necesitan amor y protección, no vergüenza o miedo.
Dos días más tarde me senté con él, charlamos largo y tendido, y quedó en pedir disculpas clase a clase, con un mensaje claro: «Ese no quiero ser yo. Yo quiero estudiar». Y se que lo dice de corazón.
Me relajo un rato viendo jugar a los más pequeños: bailan en el patio, donde antes del incendio estaba la escuela, y rezuman una alegría que nada parece tener que ver con los dramas que me están contando según pasa la mañana.
Charlo con algunos de nuestros beneficiarios: este que se incorporará a nuestra habitación refugio, el otro que anda como loco porque va a ser fotografiado, los cuatro hermanos de los que se encarga uno de los donantes de Karibu Sana y a los que grabo un vídeo donde se lo agradecen entre muestras impresionantes de alegría, el día a día de un centro educativo que necesita de todo menos de ‘misión’, pues esta la tienen clarísima: servir a los más necesitados.
¡Como nosotros!