Me invitaron Isa y Manu a merendar en su casa. Sus niños, Sofía (6) y Manuel (3) querían entregarme el dinero que durante catorce meses habían ido metiendo en su hucha de barro con forma de cerdito, de esas que sólo se dejan abrir a martillazos. Comimos algo, recordé que mis amigos no beben vino (yo llevaba una botella que se quedó un poco huérfana), luché un poco a kárate con Manuel niño y pasamos al ritual: cerdito sobre alfombra, Sofia apuntando peligrosa con el martillo, vasos de plástico y colores para la clasificación y, ¡zas!, el golpe.
El pobre bicho, reducido a pavesas, escupió sus entrañas formadas por monedas desde 1 céntimo hasta dos euros. El juego fue clasificar: por tamaños (Manuel casi no sabe lo que es un 1), bajo las órdenes sabias de Sofia. Lo que más les gustó fue el vaso azul, el de las monedas de 20, porque era el más lleno. Casi se enfadan cuando supieron que tenía menos dinero que el más escueto de monedas de 1 euro.
Aun así, se alegraron muchísimo cuando supieron que con sus ahorros darían colegio durante cuatro meses a un niño: ¡tenían 81€! ¡Y nos lo daban todo! Es preciosa la generosidad de los niños, en la que se mezcla la inconsciencia con la alegría de compartir. ¡Qué hermosa lección en las puertas de Navidad!