Son algunos de los 25 recién incorporados a Kwetu. Rescatados de la calle, se enfrentan a las primeras tres semanas (las más duras) en las que sentirán la llamada tentadora de la aventura y, sobre todo, del pegamento. Tienen que pasar un síndrome de abstinencia, para lo que se volcarán en muchísimo deporte y juegos, a la vez que en darles el sentido de pertenencia a un hogar que es lo que más les falta.
Uno de estos niños nació en la calle, pues su madre no tenía hogar. Tiene 8 años. Ha crecido cuidado por su hermano de 12, dedicados a vagar buscando comida y salir adelante. Ahora está en Kwetu: tras los tres o cuatro meses de rehabilitación en el centro de Madaraka se irá, con el resto, a la casa grande en Ruai, donde comenzarán a ir al colegio, a veces acumulando dos o tres años de retraso.
Hace pocos días empezaron una nueva etapa. Nuestra meta es que casi ninguno la abandone. Y que, cuando terminen los dos años de programa, podamos ser apoyo para pagar los colegios de todos ellos.
Hay muchos niños que viven y mueren en la calle. Si Dios quiere, y nos ponemos a ello, estos ya no. Nunca más. Nunca más.