Me comunica Perminus Chomba, el profesor encargado de los niños de la calle de Kwetu, el fallecimiento de Kevin, de 13 años.
«Hemos perdido a uno de nuestros queridos niños, Kevin Kinyanjui, y mañana celebraremos su vida bien vivida. ¡Que el Señor Todopoderoso te dé fuerzas!».
‘Celebrar la vida’, así es como llaman en Kenia a los funerales.
En seguida le pongo cara. Me escribe Sara Mehrgut, ‘triste y espantada’. Me recuerda que Kevin pertenece al primer grupo que ellá conoció en Kwetu, al segundo que conocí yo. Un niño tímido (de esas timideces que a veces parecen un poco chulas), guapísimo, de una sonrisa inmensa. Tenía además vocación de pintor, corazón de artista. Y había pasado por lo que todos estos niños: una temporada larga vivida en la calle (cualquier tiempo por encima de un instante es largo), por culpa de la miseria económica de la familia, que le arrastró a buscarse la vida en la calle. Esa vida sería como la de todos: robos, hambre, comer basura, dormir al raso, mucho miedo, seguro que palizas. Le rescataron las Sister de Kwetu, y le proporcionaron un hogar y motivos para poder vivir feliz desde ese primer momento en adelante.
Me cuenta Sara que Kevin volvió a su casa para pasar con sus padres las vacaciones escolares: uno de los objetivos de Kwetu es reintegrarlos con la familia. Terminada su estancia en Kwetu nosotros hubiéramos seguido cuidando de él, para que no le faltaran medios con los que frecuentar la escuela…
Pero Dios es misterioso. Kevin volvía a casa, en un slum de Nairobi (barrios de chabolas). Debió resbalar en el barro formado por una de esas cloacas expuestas al aire, entre aguas negras y basuras. En su intento por salir de aquel lugar infecto agarró uno de tantos cables por donde marcha la electrícidad (siempre pirata, dominada por las mafias del slum, ante la indiferencia de los que gobiernan que cobran un tanto por ciento de lo que los mafiosos se llevan al vender la electricidad que roban a los pobres de las chabolas). El cable tenía el cobre expuesto y le soltó una descarga elécrica que lo mató al instante, haciendo salir volando a su cuerpo electrocutado, que quedó atrapado en ese mismo cable por la garganta.
Firmaba sus pinturas como KEVO. Ahora ya no pinta, contempla. Y va a pasar sus primeras Navidades con su familia del Cielo. Y yo estoy seguro de que la Virgen le está mirando por lo menos con el mismo cariño con que miraba a su Niño, y que Kevin se encuentra completamente asombrado de cómo una vida tan dura como aquella por la que ha pasado ha podido conducirle hasta tanta perfección y tanta felicidad.
Navidad en el Cielo, misión cumplida…, pero yo estoy triste, y me encomiendoa él para que haga que no me falte nunca su paz y su sonrisa.