Moses Wafula está hecho de roca. Es un chico pequeño de estatura, que tiene ya 14 años. Sus dedos son muy cortos, sus ojos son brillantes, su voz suena cascada. Ha pasado en la calle 5 meses, «dedicado a mendigar y a esnifar pegamento», me dijo. La situación en casa no era buena: su madre, extremadamente pobre y caótica, no lograba fondos para dar de comer a los tres niños. Tampoco para la renta: les solían echar de casa de vez en cuando, y a los 12 Moses se marchó a bucarse la vida, dickensianamente.
Le rescataron en Kwetu. Pasó allí dos años. Era el niño que mejor bailaba, y el más listo, y el más alegre. Una mujer se ofreció a financiarle sus estudios. Pero Moses tiene un punto…, y todavía no sabemos por qué, al empezar el segundo semestre se escapó del colegio y volvió a la calle.
Eso enfadó mucho a Sister Angela: «Le han dado una oportunidad y no la ha querido aprovechar. ¡Tanto el niño como su madre me tienen cansada», me dijo, en los últimos meses que dirigió Kwetu, ya mayor y cansada de sus largos años de esfuerzos por los abandonados.
Yo había visto a Moses bailar. Le había visto sonreir. Le había cogido cariño. En alguna ocasión fui a los parques a buscarle entre los demás niños de la calle. Al final di con él, porque se decidió a volver a Kwetu y pidió que me avisaran. Charlamos, lo acogí bajo el manto de Karibu Sana y empezó a ir a ‘Desert Streams’ (el colegio con el que más colaboramos en Kibera). Allí le trataban con cariño y Judy Oloo, la directora, me aseguró que era el niño más brillante que había visto nunca.
La madre a veces nos mareaba: yo quería haberle dado un préstamo para empezar un negocio, pero ella lo quería para gastarlo. Le pedí que asistiera a un curso de formación, pero no lo hizo. Me llamaba constantemente por teléfono, pidiendo y pidiendo con voz llorosa. Moses mientras tanto estudiaba.
En noviembre llegaron las vacaciones. Moses había teminado 7º con gran éxito. Tenía dos meses por delante, meses en los que la comida de la escuela ya no estaba asegurada. Moses se puso a ayudar en casa: si no lograba unas monedas no podrían comer durante esas semanas. Las vacaciones en Kenia no tienen mucho que ver con el dolce far niente.
Me escribe:
23.02.18
Querido Javier, ¿cómo estás? Recibe calurosos saludos de mi familia y míos. Escribo esta carta para informarte que estoy muy contento porque terminaré mi educación primaria este año y el que viene iré a Secundaria. Te agradezco muchísmo tu apoyo y prometo no defraudarte.
También escribo para informarte sobre algo que ocurrió en las vacaciones de Diciembre. Me pasaron muchas desgracias y por eso me tuve que poner a vender nueces solvestres en las calles de Nairobi. Llevávamos algunos días sin comer, y el que nos alquila la casa amenazó con echar
nos por retrasar el alquiler. Mi madre está sin trabajo y yo vendía las nueces para traer algo de dinero a casa. Con ese dinero comprábamos comida e iba pagando al dueño para reducir un poco la deuda que teníamos.
Un día que estaba vendiendo me atrapó la policía del ayuntamiento de Nairobi y me llevaron a un centro social donde me encerraron durante dos meses con otros chicos que solían mendigar. Yo trataba de explicarles la razón por la que vendía las nueces, pero ellos no me dejaban volver a casa. Me pidieron el teléfono de mi madre, pero cada vez que llamaban la llamada no llegaba. entonces me di cuenta de que mi madre había perdido su teléfono y que había conseguido otro número que yo no conocía.
Yo no podía hacer nada, de modo que esperé que los policías hicieran algo para aclarar mi historia. Les repetía que se suponía que esos días yo empezaba 8º curso pero ellos me contaba que necesitaban que viniera mi madre a explicar por qué motivo me encontraba yo vendiendo nueces en la calle cuando se suponía que yo debía estar en casa. Muchos días también me pegaban: así es como tratan a los niños que sacan de la calle.
Por fin un día vino un hombre cuyo trabajo es devolver a los niños a sus casas. Él se encargó de llevarme a casa para poder hablar con mi madre. Yo estaba encantado de abandonar ese lugar, y por fin llegamos a mi hogar. El hombre habló con mamá y encontraron una solución para mí: yo me quedaría con él en su casa para así poder seguir yendo al colegio.
Fuimos al colegio, a Desert Streams, y el hombre habló con Miss Judy y le explicó lo que me había pasado. Estoy muy contento de haber vuelto a clase y prometo que lograré buenas notas para prepararme al examen de final de ciclo. Estoy preparado para enfrentarme a todo esto, porque solo el cielo es el límite.
Gracias de tu amigo Moses Wafula».
14 años. Dos meses en una celda. Nunca sabremos cuántas palizas, ni el hambre, ni el aburrimiento, ni el miedo. Sin comunicarse con su familia, sin juicio, sin nada aparte de la espera. He hablado con Miss Judy para que le apoyemos también en su manutención. Si no lo hacemos, solo tendrá asegurada la comida en los días de colegio. Pero ni Moses, ni nadie, se merece algo así.
Yo estoy convencido de que en unos años veremos a este niño con título universitario. Y nos asombraremos de los milagros que con vuestro apoyo podemos llegar a realizar.