¿Por qué nos metemos en este lío?

1) En Kwetu

La jornada de hoy en Nairobi ha sido tremendamente intensa. Me he levantado a las 5,30 (hora de Kenia, ¡las 3,30 en España, que es donde se encontraba mi biorritmo!). Me encontraba tan cansado que he decidido desaparecer un rato tras el desayuno. El  día anterior, con mi cena con los Oloo, había llegado a las 11 de la noche a casa y mi viejo cuerpo pide tregua.

A las 12 me he digido a Kwetu. La directora (Sister Carol) y yo hemos compartido sueños. También se encontraba Stephen, el administrador. Hemos hablado de su gran preocupación, y de las mías. La de ellos (y la mía) es el elevado índice de niños que tras sus dos años aquí terminan volviendo a la calle. «Se nos rompe el corazón por esto», me reconocía la monja, una keniana de mediana edad y de sonrisa muy optimista. Me daba razones: la pobreza de esas familias, el que algunos no vuelvan con sus padres sino con parientes que no se interesan por ellos, ¡el que algunos padres renuncien a esos hijos que ya consideran perdidos! (me contaba, muy dolida, que al entierro del pobre Kevin el padre llegó con retraso de casi dos horas, la madre no quiso ni acercarse al féretro, y fueron las monjas y los niños los que se acabaron encargando de todo, gastos incluidos).

Al final los chavales se inclinan por lo que ya conocen: la calle. Bastantes vuelven allí durante el periodo de vacaciones (el más crítico en una familia sin ingresos, porque no pueden alimentar a los niños), para reintegrarse en el colegio durante el curso. Otros, muchos, se pierden. Se nos rompe a los tres el corazón. Pero los audaces también actúan, y por eso surge rauda la pregunta: «¿Qué podemos hacer?».

Samuel: acaba Kwetu y va al colegio. ¿Volverá a la calle?

Ahí la palabra mágica es ‘sostenibilidad’, buscar maneras para que Kwetu produzca dinero. Me dice Sister Carol que ha estudiado economía agrícola, y que lo sabe todo sobre cultivos. Que por eso mismo le extraña que las tierras de Kwetu en Ruai produzcan tan poco: han empezado a replantearse lo que hacen, a tomar cartas en el asunto…, y va a funcionar. Me veo hablando, yo que soy filósofo, de raíces, cultivos, aguas, un estanque en el que podríamos criar peces. ‘Nada humano me es ajeno’ decía Terencio. Y otros modos de hacer crecer esa dimensión viva: construir un gallinero (me mandan la propuesta), cambiar las vacas por vacas más lecheras y comerse a las presentes improductivas, etc.

De todos modos, el proyecto principal es el de los paneles solares. Para Kwetu el tercer gasto más elevado (después de educación y comida) es la electricidad. Y yo les digo: «Seguir empujando para tener cuanto antes el presupuesto. Cada mes que pasa, dinero que perdéis, y deberíais usarlo para otros fines » (pagar profesores y trabajadores sociales, para crear así un verdadero proyecto, es el que yo más quiero). Nos va a costar, calculo, unos 40.000€. ¿De dónde saldrán? No me importa, saldrán, que es lo necesario.

 

2) Jane Njeri, mis dudas

Tras esta reunión, a eso de las 13,00, viene a verme Jane Njeri. Llevamos ya dos años de relación. Ella aporta a los niños (sus nueve hijos, sus sobrinos también) y yo busco los medios. Son un matrimonio mayor para los estándares locales. Su primera hija tiene 30 años. La pequeña apenas 15 meses. Entre medias hay otros 7 en edad escolar. El marido perdió el trabajo por su alcoholismo y nunca ha sido capaz de encontrar otro, aparte de los que tiene en sueños. Él gana 1,5 € al día. Ella, tras el último parto y varias enfermedades anteriores, se ha puesto a trabajar en una ‘tienda’ (uso los signos porque es un puesto en el que solamente se venden tomates), haciendo tal vez otros 2 € diarios. ¿Cómo se alimenta a 8 niños y 2 adultos con 3,5€ por jornada? Durante el curso gracias a que les enviamos al colegio: las vacaciones son sin embargo un drama.

Jane, 49 años, 8 hijos, en Karibu Sana desde el principio

Esta mujer, ya muy cansada, ha venido a verme sola, sin sus hijas que me adoran, porque no tenía dinero más que para un billete. Me ha enseñado la propuesta de escuela para los más pequeños. ¡Demasiado cara!, le he tenido que decir: el precio de esa escuela (al cambio unos 50/60€ al mes por niño) está muy por encima de los 12/20€ que normalmente pagamos por los alumnos de primaria. Son cinco hermanos: 250€ al mes, 750 por trimestre. «¡No puedo!», le digo, «¡Tengo con ellos a 107!». Además los tres mayores  seguirán en sus internados, y no tienen –literalmente– ni para zapatos.

«¿Por qué me he metido en este lío?», me pregunto. «Kwetu, los niños que vuelven a la calle, esas vidas tristas de pobreza salvaje, los 1,5€ diarios de sueldo de personas buenas que no saben hacer nada, el presentismo radical que impone la pobreza…». Interesantes motivos para el desánimo. Absurdos también: cada uno de estos, desde Víctor a Emmanuel, Dammaris o Peter o Stephen o Lucy o Esther o Millicent o Roberto o Michael o la recién llegada Vera, merecen esa apuesta.

Millicent, de 5 años, hija de Jane

 

3) Dos llamadas

Al rato recibo dos llamadas. Primero la de Meshack Omondi. Se han ido de Kibera, han vuelto a vivir en el pueblo: él, que sufrió tanto en alguna de sus escapadas de casa –le violaron–, la madre que se enocontraba desbordada por la desesperación y la vida, los otros dos hermanos, la ausencia de los distintos padres de esas criaturas. Me dice que es feliz. También que no tienen los 19€ que necesitan para el transporte desde el pueblo hacia la escuela.

La segunda es de Austin, mi ‘hijo’ adolescente. No lo tenemos facil: huérfano total, sufrió un serio trauma tras la desaparición de su padre. Además, los años en la calle han hecho mella en su capacidad de concentración, en su estudio, y con frecuencia en su facilidad para meterse en líos. Se ha escapado a veces, me ha engañado otras, pero siempre encontrará nuevas oportunidades, hasta que vea que realmente le merece la pena cambiar. Hace dos meses se escapó de la escuela (internado) por culpa de un robo que había perpetrado. Desapareció por tres semanas. Su tía, que se llama Priscillar pero es paciente como Penélope, le recibió de nuevo. El tonto de él me llamaba con miedo, por si no quería yo hablar con él. Hemos quedado en vernos mañana, en rehabilitar la parábola del hijo pródigo (me toca el papel de padre, y cubrirlo de besos) porque me ha vuelto a prometer, literalmente, «No volverá a pasar, de verdad, estudiaré en serio». ¡Querido Austin!

 

4) La infancia de Tobías

Cuando me ha llamado marchaba yo con Tobías Oloo y con su hija Joan para visitar el posible colegio de la niña, que pasa a secundaria. Las clases ya han empezado y todavía están en eso: el providencialismo es lo que tiene, que nos empeñamos en ganar la lotería sin comprar el décimo. Me llevan a un colegio precioso, pero carísimo para los estándares del país: solo los grandes sueldos pueden permitírselo, y Tobías (un pastor en una iglesia en Kibera que se gana la vida como mantenedor en el mayor hospital del país) no es uno de ellos. Para evitar el chantaje emocional le aseguro que pondré de mi propio bolsillo el 50% de lo que cueste, pero seguidamente recomiendo a Tobias que busque un centro más económico (sé que ellos no pueden costear el otro 50%). Me encargaría yo encantado de la educación de esta niña (la quiero como a una hija), pero sé que no es lo que debo hacer.

Tobías con su hija Joan, buscando colegio

Durante el viaje me cuenta Tobías algo de su historia. Viene del Oeste, de Migori, en la frontera con Tanzania. Su padre murió cuando su madre estaba embarazada de él. Esta mujer, por leyes sociales de la zona, tuvo que casarse con el hermano de su marido, un polígamo. Sería la 9ª esposa de un total de diez. Iba a ese matrimonio con tres hijos propios. Sabía que eso era malo, pues su nuevo marido tenía unos 100 en total, y el pastel a repartir era tan exígüo que la madre sabía que las otras esposas matarían a sus hijos para que no se llevaran nada. Tras mucho suplicar, el marido la dejó marchar a otra zona, donde esas arpías no pudieran acercarse. La infancia de Tobías, siempre en privaciones tremendas (se daba por hecho que ir al colegio era algo innecesario para alguien destinado a trabajar en el campo) transcurrió con ropa rota y sin zapatos hasta los 20 años. Nunca tuvo un padre, y quizá por eso le cuesta tratar a sus hijas. Además, muchos de estos familiares se dedican a la brujería: he visto a la pequeña Joan temblando cuando me narraba el miedo que le dan algunos de sus parientes, y la envidia que sabe que les causa el que ella viva con sus hermanos en Nairobi. «Pueden maldecirme, ¿sabes? A mi padre le maldijeron y se quedo paralítico durante una semana», me cuenta llorosa. Yo le digo que se deje de historias, que tenemos a Dios de nuestro lado, que Dios es su padre y la quiere con locura y ya no hay nada que temer. Sus ojos inmensos me dicen que le encantaría creerme.

A los 20 Tobías pudo enrolarse en Young Civil Service, un cuerpo casi militar que ofrece formación profesional a los que participan. Allí aprendió todo lo que sabe y, tras los 18 meses de servicio, empezó a trabajar de mantenedor en el hospital donde sigue ahora. Poco más tarde sintió la llamada para ser pastor, se formó en una universidad, conoció a Judy, que ahora es su mujer, y la madre de Judy le permitó que como dote presentara solamente lo que equivale a 300€, una auténtica ganga.

De vuelta de la visita les he pedido que me dejaran en un lugar del que yo sabía que partía un sendero hacia mi casa. Así podrían evitar el atasco, y yo estiraría mis piernas. Se han ido. Resulta que el sendero ha sido cerrado hacia la mitad. Me he visto obligado a caminar por las vías del tren, las que inexorablemente entran en el slum de Kibera. Pasaba poca gente por ese paisaje (un milagro rural en mitad de la gris Nairobi), y yo me preguntaba de nuevo ‘¿Qué hago aquí?’. En el corazón de África, aconsejando a un pastor cómo mejorar con su familia, cuidando de una niña de 14 años que no sabe dónde seguir estudiando, charlando y compartiendo tazas de té con personas que no llegan a ingresar 60€ mensuales, decidido a lo que sea para mejorar la vida de los niños abandonados del mundo. Los demás viandantes, todos negros, me saludaban educadamente. «Habari!», me ha gritado una mujer desde una chabola. «Musuri!», la he contestado yo, sonriendo: ‘¡Hola!’, »Buenas tardes!’, es el significado de nuestra conversación.

 

5) ¿Y de verdad soy distinto?

Me decía Sister Carol: «Javier, tú eres distinto. A nadie les importan estos niños, y en cambio ellos te conocen y te quieren porque perciben perfectamente el cariño que les tienes. Eres alguien especial». Yo contesto que no es verdad. «Ocurren dos cosas, Sister. Primero, sin duda, que como católico sé que cada uno de estos pequeños, que cada persona, ha sido querido infintamente por Dios, y se merece por tanto todo mi cuidado: ¡no hay personas de segunda clase! Segundo: en mi país no hay niños en la calle. Lo que pasa aquí me descoloca tanto que sé que no puedo pasar sin tratar de hacer algo. Y como yo, de verdad, son todos los que me ayudan, muchos de los cuales hacen un esfuerzo importante para poner su grano de arena en forma de donativo (algunos puñados, porque pueden y quieren) para que al menos la vida de unos pocos sea mejor. No soy especial. Cualquiera con dos dedos de corazón lo haría».

Y sé que no estaba mintiendo. Ni sobre mí, ni sobre vosotros.

Cuanto más gente que nos ayude me ayudéis a encontrar, más niños apoyaremos y mejor podremos apoyarles.

Un día en Nairobi

Ayer día completo. Llegué a las 5,30 (3,30 en España). Dormí hasta las 11,30 (pequeña parada a las 7,00 para saludar en mi casa y desayunar). A las 12,00 a Misa. A las 13,30 comida. A las 14,00 en Kwetu Home of Peace. Justo antes de entrar me encontré con William, un pobre niño medio abandonado con el que siempre me topo en Nairobi (¿irá al colegio algún día?). Y sigo por fotos:

1) Dos niños que empezarán el programa de Kwetu el 17 de enero. Desde mañana van a vivir aquí. Están en la calle, como tantos miles. Hablando con la monja me cuenta la dificultad para que, al terminar el programa, esos niños vuelvan con sus familias: o son pobres, o son parientes distintos a los padres que no se ven con fuerzas, o simplemente les rechazan por haber vivido en la calle. Hablamos de reforzar el proyecto de Kwetu. Necesitan más trabajadores sociales, para tratar a esos padres. Y para eso, dinero. Buscamos vías de ingreso: la granja, empezar con los paneles solares y lo que salven en energía dedicarlo a sueldos, enviar a los niños a internados…

Desde hoy duermen en Kwetu, no en la calle

2) Venom. Está terminando su estancia en Kwetu. Irá a un internado. Lo que más desea es estar con su familia: ha pasado más de 3 años sin ver a su madre y la reencontró, gracias a Kwetu, hace seis meses.

3) Estoy con Emmanuel, el niño al que pagamos la factura de una larga enfermedad justo hace un año. ¡Feliz! Empieza ahora 5º de primaria, y es un tío impresionante. La salud parece que va cada vez mejor, aunque sigue con medicación para sus riñones.

4) Patrick y su hija Esther. Él es el padre de Víctor, el primero al que ayudamos. La niña venía enfadada porque ese día no habían podido comer: no hay dinero. Él trabaja de porteador en un mercado, pero las cosas van muy mal. Hay días que gana 2 euros, otros 1, muchos nada. Traía su ropa rota. Me lo decía muy claro: «Javier, ¡no tenemos nada!».

5) Ya en casa de los Oloo, que dirigen Desert Streams of Kibera, un colegio al que van muchos de nuestros niños. En la primera foto, Masha y Barbra (las hijas) con Ian (un niño al que llevan un año acogiendo porque no tiene padres y sufría maltrato).

6 y 7) Moses Javier, 15 meses, un terremoto dedicado a alborotar, romper, desparramar comida por la habitación, investigarlo todo, ser feliz.

Informe Karibu Sana 2017

  1. Trasparencia

Es la hora de los resúmenes del año. También para Karibu Sana, este pequeño proyecto con el que pretendemos cambiar (empoderar) la vida de un buen grupo de niños y niñas en Kenia.

Lo primero, la trasparencia. Como seguro que ya sabéis, desde el principio (hace algo más de dos años) nos pusimos en manos de la Fundación Valora para que ellos se encargaran de gestionar el dinero, de manera que ningún donativo pasara por manos ‘particulares’. Desde el mes de noviembre hemos traspasado esta gestión a la Fundación Promoción Social, porque están más centrados en el campo de la cooperación (la Fundación Valora trabaja en la distribución de excedentes, más que en la cooperación internacional). La Fundación Promoción Social tiene sus cuentas auditadas por la firma AEA Auditores de Empresas Asociados, S.L., además de cumplir todos los requisitos del sello de trasparencia de la Coordinadora de ONGD–España. Por ese lado debemos estar tranquilos: todo lo donado a través de Karibu Sana va a una cuenta perfectamente controlada. Y no aceptamos donaciones que no vayan por esta vía bancaria.

Con alguno de nuestros alumnos de bachillerato

Además en Kenia lo hemos organizado con el mismo nivel de control: el dinero va de España a una cuenta de Strathmore University que necesita tres firmas para poder manejar dinero, siendo las tres de miembros del comité de gobierno de esa universidad y controlados todos los movimientos por el Departamento de Finanzas. Como sabéis, lo que hacemos desde allí es enviar dinero directamente a las cuentas corrientes de los colegios de nuestros alumnos, de modo que quede asegurado el pago y no se pierda nada por el camino. Llevando el control final se encuentran Michael Babu, bajo la supervisión de Luis Borrallo (un español que lleva viviendo en Nairobi los últimos 20 años).

A veces hay otros gastos (uniformes, zapatos, ayudas familiares, médicos…). Siempre los pedimos contra factura, pues así lo exigen en Strathmore. Eso es a veces emocionante en un país en el que la ‘economía informal’ es la gran protagonista del comercio local. También pedimos los informes de los colegios, para asegurar que los niños van a clase, y para animarles en el esfuerzo: les recordamos que nuestra ayuda va de año en año, y que la familia siempre debe colaborar en algo.

La comunicación Madrid/Nairobi es tremendamente fluida: las nuevas tecnologías lo facilitan enormemente. Tanto el e–mail (nuestro medio habitual de trabajo) como las llamadas o video llamadas por medio de Messenger o Whatssup resultan muy eficaces.

 

2. Algunos eventos de 2017

El año empezó con dos hechos extraordinarios. Uno fue la enfermedad de Emmanuel, niño de Kwetu Home of Peace que estuvo a punto de morir por una insuficiencia renal. Casi un mes en la UCI y una factura de 12.000 $ fue lo que nos encontramos. Pudimos cubrir los gastos gracias a una donación providencial (llego esa misma cantidad un día antes de que las monjas me comunicaran un poco angustiadas el coste del tratamiento, equivalente al sueldo de 12 años de alguien del slum) y Emmanuel ha podido hacer con normalidad 5º de Primaria y está sano y feliz.

Emmanuel, ya curado, feliz de la vida

El 9 de enero ardió por los cuatro costados ‘Desert Streams of Kibera’, un colegio en el que estudian 20 de nuestros niños. Kenia no es España: llevan todo el año para conseguir papeles que les reconozcan la propiedad del terreno. Cuando lo hagan, en la medida de nuestras posibilidades, haremos una aportación para la construcción del nuevo centro escolar. Tiene que ser siguiendo los estándares de Kibera (no puede ser lujoso, pero espero que por lo menos sea de piedra y no adobe o madera, tengan buenos pupitres y luz suficiente). Queremos construir también dos habitaciones para que puedan dormir allí niños y niñas huérfanos totales o que sufren maltrato, a los que hasta el momento la directora –mi amiga Judy Oloo– acoge en su casa. Tengo a un amigo arquitecto que vive en Nairobi (el mismo que ha diseñado Strathmore University) dispuesto a ejecutar el proyecto. ¿50.000 €? Pero primero los terrenos. Pensando en esto, hemos ido haciendo cierto acopio de fondos.

Tenemos otro gran proyecto de construcción, para el cual sigo esperando presupuesto. Se trata de proporcionar energía solar a Kwetu Home of Peace, de modo que todo lo que ahorren en electricidad lo puedan emplear en sueldos para los profesores y trabajadores sociales. Creemos que el mejor modo de ayudarles es aportando a su sostenibilidad: energía, la granja de la que comen y de la que venden excedentes, la formación de bio combustible para cocinar. En Strathmore están trabajando en esto (tienen un departamento de investigación en paneles solares) y en enero nos tendría que llegar un presupuesto. ¿40.000 €?

 

3. Becas Educación Karibu Sana

En la actualidad pagamos el colegio de casi 100 niños. En enero de 2018, cuando empiezan el curso, serán unos 108. Queremos parar ahí, para poder atenderles bien a ellos y a sus familias: quizá podríamos crecer, pero eso redundaría negativamente en la calidad del trato. El gasto de estas matrículas lo podemos cubrir casi por completo con las aportaciones mensuales que hacéis los colaboradores de Karibu Sana. Es verdad que un poco más de holgura nos vendría bien, sobre todo en la medida en que crecen las peticiones de ‘boarding schools’ (internados) para los alumnos y alumnas de Secundaria.

Se llama Lucky, es uno de nuestros ‘beneficiarios’

Nuestros ingresos de aportaciones ‘pequeñas’ (que son inmensas en valor) supera algo los 2.500€ mensuales. La mayoría son entre 10 y 20€, hay alguno de 100 o 150, uno de 250, y todos son tremendamente importantes para nosotros. Con estas aportaciones estamos casi llegando a los 30.000€ anuales, que es una cifra imponente.

Aparte hemos tenido ingresos puntuales de cantidades más elevadas. Personas que ven que tenían posibilidades y nos han donado de golpe 500, 1.000, incluso 3.000€. Son estas aportaciones las que nos han permitido hacer un poco de tesorería (tanto para los proyectos de construcción como para tener un ‘plan B’ con el que seguir pagando los colegios de esos 107 niños).

Una de las ayudas más fieles nos viene desde Boadilla del Monte, por medio de Kelisidina Ayuda, iniciativa que merece verdaderamente la pena conocer. Aquí una explicación de su proyecto: ¡gracias Luis!

Una colaboración con Gilmar Grupo Inmobiliario, y con Flamingo Sunglasses, (gracias a la labor de mis amigos Javier, Laura, Ignacio, Mallo, etc.) permitió que en un evento social durante un fin de semana en el Club de Campo de Madrid recaudáramos 4.700€. Estoy en pleno proceso de abrir relaciones con otras empresas (algunas fundaciones de Madrid, un grupo de empresarios malagueños, ¡lo que se os ocurra!) que vean en el apoyo a la educación un modo de ‘devolver a la comunidad’ lo que de ella reciben. En este sentido, el apoyo de Fundación Promoción Social va a ser clave, pues conocen convocatorias y se presentan a ellas con entusiasmo.

Caballo y unicornio solidarios en Gilmar

En enero me instalé en Madrid. Han sido meses de esfuerzo por ‘aterrizar’ en la ciudad que me vio nacer y de la que me marché hacía 30 años. He tenido múltiples ocasiones de encontrarme con los antiguos amigos y de ir haciendo nuevos. Algunos han tenido la iniciativa de convocar a amigo suyos a cenas en las que yo les presentaba Karibu Sana, un tema que siempre me entusiasma. Ignacio, Mercedes, Paloma, etc. De esos encuentros siempre han salido colaboraciones (tanto económicas como ideas de actividades que se podían hacer). Yo siempre estoy dispuesto a participar en esas actividades, ¡de modo que espero iniciativas!

 

4. Con Kwetu Home of Peace

En mayo comenzamos una pequeña campaña para ayudar a Kwetu en un aspecto muy concreto: financiarles una furgoneta. Habíamos descubierto (gracias a mis hermanos Gabriel y Miguel, que pasaron por allí en febrero) que muchos de los niños acogidos en Kwetu andaban hasta 24 kilómetros diarios para ir y volver del colegio. Eso suponía más de 4 horas de marcha, por carreteras peligrosas y casi siempre oscuras (volvían con el sol ya puesto, en ese ecuador de 12 horas exactas con luz). Muchos llegaban al colegio extenuados, y rendían poco debido al cansancio. Otros se habían hartado, y habían huido del proyecto.

Nos costó lo suyo: no se trataba solo de conseguir un vehículo, sino de financiar el seguro, combustible, conductor y reparaciones. Nos presentamos a un concurso de la fundación de una gran empresa, y no lo sacamos. ‘Ha gustado mucho’, me dijeron, ‘pero de los 3 que pasasteis al final elegimos solo a uno’. ‘Pues podíais haber escogido los tres, que potencial económico no os falta y estos niños van a seguir yendo a pie a clase’, les respondí. Quise insistir: ‘¿Qué significa ‘gustar’? ¿Acaso hay que hacer un vídeo muy tierno para que los donantes se sientan bien?’, dándome un poco igual si no hacía amigos.

Pero lo conseguimos: las monjas recibieron la donación de la furgoneta por una ONG italiana, y nosotros nos hemos comprometido a la manutención (unos 4.000€ al año, si no se estropea mucho en esas carreteras terribles).

A Kwetu también les hemos donado zapatos y mochilas escolares. Es decir, 125 pares de zapatos y 125 mochilas, aparte de un buen número de uniformes (¡casi 4.000€!). ¡No sabéis lo alegres que se ponen cuando de pronto pasan a tener algo que pueden decir propio, y encima es nuevo! Estos niños viven, realmente, sin nada, y tras ese episodio durísimo de la existencia en la calle es una delicia verles orgullosos de ser, vestir, jugar y estudiar como niños normales.

Michael, Venom y dos Samuel con su equipo para el colegio

Hemos dado pequeñas ayudas a dos colegios (Desert Streams y Transform School) para que pudieran comprar libros, bolis, cuadernos, para sus niños. Cada uno de ellos ha recibido unos 2.500€. A eso ha ayudado mucho el que una fundación, que nos había concedido un crédito para hacer algunas mejoras en estas dos escuelas, nos condonara la devolución de 6.500€ a raíz del fuego en Desert. Como quedamos, todo lo que hemos podido salvar por ahí lo vamos ‘devolviendo’ con ayudas a esos centros escolares.

 

5. La Web

En septiembre empezó mi contacto con Manuel y su empresa, Luk Comunicación, que nos han donado el logotipo y el diseño de la página web. Es una herramienta extraordinaria, que nos ayuda a llegar a mucha gente. Por tener, ya tengo hasta tarjeta de visita: todo un logro para un indocumentado como yo.

 

6. Nuestros gastos

¿Qué gastos tenemos, además de los propios de ayuda a estos niños? Estar en la Fundación Promoción Social, con su estructura de gestión y con las personas que trabajan consiguiendo proyectos o extendiendo certificados de donación, supone un 7% de los ingresos de Karibu Sana. Para que os hagáis una idea, es exactamente el mismo tanto por ciento que dedica Mary’s Meals (uno de los proyectos más emocionantes que conozco) a estructura: con eso aportamos a cubrir sueldos, material de oficina y alquileres de lo que hace posible que la cooperación funcione. Dicho en positivo: el 93% de cada euro donado llega a Nairobi, pues no tenemos absolutamente ningún gasto más.

Yo estuve en Nairobi en junio y vuelvo ahora en enero. El viaje de junio lo pagué de mi bolsillo (hago primero una donación a Karibu Sana, de forma que se me pueda reintegrar) y el de enero lo paga Strathmore University pues voy a dar unas clases a la vez que visito a nuestros beneficiarios. De un modo similar actúo con Moses Javier, ese niño que ya ha cumplido un año y que ha adoptado la familia Oloo: me encargo de su mantenimiento a través de Karibu Sana por medio de mis donativos. Todo lo que donáis vosotros va íntegro a la educación de eso 108 niños, al apoyo de Kwetu, a las necesidades que nos van saliendo.

Moses Javier, pletórico tras un año de vida

 

7. ¿Fracasos?

Hemos tenido algunos fracasos. Podríamos llamar así al fallecimiento de Kevin, del que hablé hace unos días, aunque evidentemente no es culpa nuestra. Además no es claro que sea un fracaso: veo a Kevin en el Cielo, con una felicidad inmensa, a carcajada limpia mientras intercede por nosotros ante Dios.

Sí son fracasos, en cambio, los niños que han dejado Kwetu. Ahí hemos puesto un inicio de solución con la furgoneta (duele mucho saber que uno se rinde por un motivo de tan ‘fácil’ solución), y si con el cambio de fuente de energía conseguimos reforzar la motivación de los profesores porque de lo ahorrado las sisters saquen su salario, sin duda haremos más sencillo que esos niños se reinserten. Siempre habrá un tanto por ciento de abandono, y eso es doloroso, a la vez que un misterio.

Los que van al colegio lo siguen haciendo, y les ha mejorado tremendamente la vida. Tuve un susto, uno más, con Austin, quien se rindió en un momento dado, pero espero terminar de confirmar su deseo de seguir en el empeño de educarse cuando vuelva a Kenia en enero.

 

8. Algunos planes

¿Y qué planes tenemos? La normalidad: que los 108 se eduquen en un ambiente positivo para su infancia o adolescencia; poder emprender esas obras en Kwetu y Desert gracias a algunas donaciones especiales y generosas (que estoy convencido de que se darán, y de que alguno de los lectores puede ayudarme a conseguirlas); poner nuestro grano de arena con esas personas que han caído en nuestro radio de acción.

Tengo también otra idea: he identificado a un grupo de profesoras en Madrid que se manejan perfectamente en inglés. Les he planteado la posibilidad de ir en junio/julio a Nairobi y organizar en Strathmore un curso de 4 o 5 días en el que formar a profesores de colegios de Kibera y otros slums en su tarea como profesores: les faltan medios, pero la carencia más dramática es la ausencia de estrategias pedagógicas. Con este cursillo podríamos conseguir que la ‘vara’ no sea el único recurso educativo. Me imagino 10 o 15 colegios con innovaciones pedagógicas y juegos en las clases de primaria y se me hace la boca agua.

Niños de Transform School

 

9. ¿Cómo ayudar?

Mucha gente me pregunta cómo se puede ayudar. Con frecuencia les interesa saber si hacemos ‘voluntariado’. Muchas otras iniciativas organizan viajes a países en desarrollo para poder echar una mano. Pero nosotros (quitando este posible curso para educadores, en el que los que vayan tendrán que buscar financiación para su viaje) no. Para nuestro proyecto no hace falta: trabajamos con entidades locales (Kwetu, colegios, Strathmore), y no parece necesaria la presencia del europeo.

Además, nos movemos con ciertos criterios de eficacia. Un viaje de 15 días o tres semanas acaba costando en torno a 1.200€ por persona. ¿Cuántos niños podríamos educar/ alimentar/ promover con esa cantidad? Unos 10/12 en un colegio de día; 1’5 en una ‘boarding school’. Si el viaje es para un grupo de 20 personas, o de 80, ¿cuantos serían?.

Creemos que no faltan iniciativas en Kenia realizadas por kenianos (que conocen las circunstancias, el idioma, las costumbres, las necesidades). De lo que carecen a menudo es de dinero, y ahí sí que podemos hacer entre todos, cada uno según sus posibilidades. Me parece muy interesante y educativo sensibilizar a los jóvenes en España y en Europa sobre la vida de los más necesitados. Pero considero también que eso es una ‘ayuda al primer mundo’, ciegos como estamos tan a menudo con nuestras comodidades y consumismo.

El objetivo de Karibu Sana, en cambio, son los olvidados, ‘la espalda del mundo’, y creo que cuanto menos ‘interferencias’ haya, mejor. A fin de cuentas, basta con meterse en la piel del Otro: ¿a quienes nos gustaría que convirtieran a nuestros hijos en objetos de curiosidad? A esos niños preferimos decirles, con el título de una preciosa película israelí que vi hace unos años, ‘vete, y vive’. Y nosotros nos limitamos a apoyarles en ese camino, con una rectitud de intención que nada tiene que ver con la necesidad de recompensas afectivas: dar, confiar, ayudar, ‘sin que la mano izquierda sepa lo que da la derecha’. Hay otros modos de hacer, pero este (tan unido al respeto al ser personal de cada uno de estos niños) es el estilo de Karibu Sana.

¿Cómo ayudar entonces? Económicamente, ya sea donando de lo tuyo, ya sea buscando colaboradores u organizando actividades que ayuden a muchas más personas a ‘despertar a la realidad’, a disfrutar con la posibilidad de que otras vidas alienten mejor gracias a la nuestra. Mi teléfono y mi correo electrónico está en la página web, y yo y las personas que colaboran conmigo estamos abiertos a todo.

Recordad las extraordinarias posibilidades de desgravar por donativos.

Os deseo un feliz Año Nuevo. Asante Sana! Karibu Sana!

Javier Aranguren

Si Ezequiel tiembla…

Conocí a Zippora en una circunstancia dramática para ella. Viven en Kibera, el mayor barrio de chabolas de África. Hace unos años su marido, que trabajaba como obrero de la construcción, sufrió una grave lesión de espalda que le obligó a reinventarse como vigilante de colegio (60€ al mes). Ella aporta dinero al hogar lavando ropa y suelos. Pero tiene un problema: con frecuencia el asma no le deja respirar. Y a eso no ayuda el que tenga que tratar con jabones y detergentes en su tarea, o el que no tenga dinero para pagar un inhalador. Si se ahoga, no trabaja, no cobra. Eso es vivir.

Tienen dos hijos. Ezequiel, el mayor, y Vincent. 15 y 12 años respectivamente. Esos milagros de la genética, o ese manto que pone Dios, han hecho que los dos tengan una capacidad intelectual más que notable. Viviendo en una triste chabola de Kibera, Ezequiel fue admitido para la secundaria en Alliance School, es más prestigioso colegio público del país que solamente coge dos o tres alumnos por provincia. Ezequiel fue uno de los tres de Nairobi. Su hermano Vincent le va a la zaga: el año que le conocí le enviamos al mejor colegio de Kibera (una escuela adyacente a la iglesia católica del barrio) y fue el número uno por goleada. Y todo viviendo en una única habitación, y sin medios.

Ezequiel y Vincent, el día que compramos libros y zapatos

La entrada en Alliance no fue solución para Ezequiel. Tenía que pagar la matrícula, de unos 100€ al mes. Por supuesto, eso estaba a años luz de las posibilidades de sus padres. Un pariente, que vivía en la lejana ciudad de Kisii, se postuló como ayuda, y pagó el primer curso. Sin embargo, al final de ese año el pariente murió, víctima de una enfermedad rápida: en diciembre, en plenas vacaciones hacia segundo de secundaria, Ezequiel sabía que no podría continuar sus estudios en Alliance pues no tenían dinero.

Zippora rezaba. Ella es protestante. Un domingo se le acecó una compañera de iglesia. ‘Sé de tu problema. Creo que tengo la solución’. Y le habló de mí. Zippora, en un mar de timideces, se atrevió a llamarme. Meses más tarde, en otro de nuestros encuentros, me contaba lo que le costó: ‘Era la primera vez en mi vida que iba a hablar con un muzungu (blanco), y me moría de miedo’. Me contó la situación, me encantó como madre, como persona, y sin saber muy bien cómo lo pagaría le dije que contara conmigo para cubrir la matrícula de Ezequiel, y que cambiara a Vincent de colegio. Fue entonces cuando el pequeño se incorporó a la escuela católica, en la que sería el primero.

Zippora, una auténtica ‘madre coraje’

Ezequiel es muy tímido, casi envarado. Pero tiene las ideas muy claras. El día que me lo presentó su madre me contaba que su sueño era rendir muy bien para poder ir en el futuro a estudiar medicina en Alemania. ¿De qué sabe un chico del slum la existencia de Alemania? Me sorprendió, y me alegró ver la infinitud de posibilidades que se abrían ante él.

Hace tres meses me llegaron las primeras noticias de un problema. Ezequiel tenía algo en su salud que no funcionaba. Nos enteramos después de que la madre nos pidiera ayuda, cosa que no quiso hacer hasta que se quedó sin dinero en las sucesivas visitas a médicos. Michael Babu (el hombre de Karibu Sana en Nairobi) preparó una consulta en el centro médico de Strathmore, que confirmó los otros diagnósticos: Ezequiel sufre frecuentes convulsiones desde hace unos meses porque se está viendo afectado por ataques de epilepsia.

¿Qué consecuencias tiene eso? Bueno, a corto plazo unas consecuencias graves, pero que podemos solucionar: Ezequiel necesita un tratamiento médico que sus padres no pueden pagar, pero que costearemos desde Karibu Sana, cueste lo que cueste (las medicinas allí son muy caras).

A medio y largo plazo no lo sé: ¿cómo le afectará la epilepsia?, ¿podrá seguir estudiando?, ¿le lesionará el cerebro de forma grave?, ¿pasará de ser una esperanza en la familia para convertirse ‘en una carga’ (¡en una bendición, en un enfermo!)?

No lo sabemos. Si sé que, pase lo que pase, Ezequiel tiene la suerte de tener una madre y un hermano maravillosos (no conozco al padre). Y que tiene también la suerte de teneros a vosotros, a nosotros, que como Karibu Sana vamos siempre a las personas concretas, a las que entraron en nuestro camino, con las que nos comprometemos tanto como cada uno de vosotros haceis con vuestros hijos: hasta el final.

No dejéis de ayudarnos, ni de buscar a gente que pueda ayudarnos: con el tiempo las responsabilidades (los imprevistos) crecen.

Vincent y Zippora en su casa (una chabola de madera)

Kevin, de Kwetu al Cielo

Me comunica Perminus Chomba, el profesor encargado de los niños de la calle de Kwetu, el fallecimiento de Kevin, de 13 años.

«Hemos perdido a uno de nuestros queridos niños, Kevin Kinyanjui, y mañana celebraremos su vida bien vivida. ¡Que el Señor Todopoderoso te dé fuerzas!».

‘Celebrar la vida’, así es como llaman en Kenia a los funerales.

Quería ser artista. Ahora está ante la Belleza.

En seguida le pongo cara. Me escribe Sara Mehrgut, ‘triste y espantada’. Me recuerda que Kevin pertenece al primer grupo que ellá conoció en Kwetu, al segundo que conocí yo. Un niño tímido (de esas timideces que a veces parecen un poco chulas), guapísimo, de una sonrisa inmensa. Tenía además vocación de pintor, corazón de artista. Y había pasado por lo que todos estos niños: una temporada larga vivida en la calle (cualquier tiempo por encima de un instante es largo), por culpa de la miseria económica de la familia, que le arrastró a buscarse la vida en la calle. Esa vida sería como la de todos: robos, hambre, comer basura, dormir al raso, mucho miedo, seguro que palizas. Le rescataron las Sister de Kwetu, y le proporcionaron un hogar y motivos para poder vivir feliz desde ese primer momento en adelante.

Me cuenta Sara que Kevin volvió a su casa para pasar con sus padres las vacaciones escolares: uno de los objetivos de Kwetu es reintegrarlos con la familia. Terminada su estancia en Kwetu nosotros hubiéramos seguido cuidando de él, para que no le faltaran medios con los que frecuentar la escuela…

Viendo la tele, con camiseta rosa, en Kwetu.

Pero Dios es misterioso. Kevin volvía a casa, en un slum de Nairobi (barrios de chabolas). Debió resbalar en el barro formado por una de esas cloacas expuestas al aire, entre aguas negras y basuras. En su intento por salir de aquel lugar infecto agarró uno de tantos cables por donde marcha la electrícidad (siempre pirata, dominada por las mafias del slum, ante la indiferencia de los que gobiernan que cobran un tanto por ciento de lo que los mafiosos se llevan al vender la electricidad que roban a los pobres de las chabolas). El cable tenía el cobre expuesto y le soltó una descarga elécrica que lo mató al instante, haciendo salir volando a su cuerpo electrocutado, que quedó atrapado en ese mismo cable por la garganta.

Firmaba sus pinturas como KEVO. Ahora ya no pinta, contempla. Y va a pasar sus primeras Navidades con su familia del Cielo. Y yo estoy seguro de que la Virgen le está mirando por lo menos con el mismo cariño con que miraba a su Niño, y que Kevin se encuentra completamente asombrado de cómo una vida tan dura como aquella por la que ha pasado ha podido conducirle hasta tanta perfección y tanta felicidad.

Navidad en el Cielo, misión cumplida…, pero yo estoy triste, y me encomiendoa él para que haga que no me falte nunca su paz y su sonrisa.

Un día que me hicieron fiesta en Kwetu. Kevin es el del extremo
El mismo momento, sonriendo (como casi siempre).

8 niñas de Desert Streams

Me ha mandado Judy Oloo, la directora de ‘Desert Streams of Kibera’, uno de los colegios en los que tenemos niños, una petición.

Su colegio acoje a esos alumnos hasta que llegan a Standard 8, nuestro 2º de ESO. Al terminar ese año, realizan todos los niños un examen nacional de reválida que decide si pasan o no a la secundaria (de 3º de la ESO a 2º de Bachillerato). Terminada esa etapa llega otra ‘selectividad’ de la que salen, de entre 250.000, los 70.000 candidatos para las universidades públicas y privadas.

Jamila es una de nuestras candidatas. John y Mary, en los lados, son becarios de Karibu

Este año un grupo de 14 alumnos de Desert ha llegado hasta esa meta. Es la 3ª vez que el colegio presenta a sus candidatos. Quizá en 2017 han tenido más mérito porque en enero pasado se quemó el colegio y han tenido sus clases en la sala que compartían con los otros 200 niños (ruido y ruido y ruido, además de incomodidades). Además tienen las condiciones propias de los más pobres de Kibera: falta de libros de texto, ningún apoyo en casa, ausencia de un lugar medianamente decente donde estudiar (la vida transcurre en la habitación única de 12 metros cuadrados). A pesar de esos condicionantes, han pasado a secundaria casi todos.

Pero eso no es la solución de todos los problemas: algunos padres no tienen medios para pagar las ‘fees’ (el precio) de la escuela secundaria. Otros consideran que, siendo niñas y no niños, no merece la pena el esfuerzo: que ayuden en casa y que se casen pronto. Eso, como podéis sospechar, suele desembocar en una falta total de preparación y, con frecuencia, en situaciones de riesgo para embarazos adolescentes (nada que hacer, falta de seguridad, etc.). Además, me asegura, no son pocas las que tienen situación de violencia familiar: padres que beben, madres desquiciadas, palizas…

–¿Podrás encargarte de ellas?– me dice Judy. Me cuenta, por ejemplo, que la de mejores notas se presentó en su casa pidiéndole asilo. ‘Mi padre me pega y no quiero volver con ellos’. Me dice que la única solución apropiada sería que fuera –ellas y las otras 7– a estudiar interna al Oeste de Kenia: donde sus pueblos de origen, lejos de ese agujero que resulta ser Kibera.

Hago números. 100 euros al mes, cada una, durante 10 meses. 800 euros las ocho cada mes, 8.000 euros en un año. ¿No es demasiado? Realmente dispararía los gastos de Karibu Sana.

Y, sin embargo, me digo que por qué no va a ser posible. ¿Acaso no estás tú leyendo esto? ¿Acaso no puedes ayudar, bien con lo tuyo, bien buscando colaboradores, bien con las dos cosas?

Ann Odera (286 puntos en su examen nacional), Dorothy Wantiru (268), Jamila Vujeta (329, la mejor nota), Mildred Mudembu (291), Purity Muhonya (291), y tres chicas más, nos necesitan.

Valerie entre dos hermanas gemelas

Be the Change Lunch with Karibu Sana

El lunes 11 de diciembre Karibu Sana protagonizó el tercer ‘Be the Change Lunch’, una iniciativa que quiere dar a conocer iniciativas.

Las cervezas Bravante refrescan la sesión

Las reuniones tienen lugar una vez al mes en el ‘Espacio Mood’ de General Oraa 23, un local muy moderno, sacado de las entrañas de un edificio, en el que se puede departir durante un rato en torno a una comida informal (y gratuita) para luego asistir a la exposición de la iniciativa de ese mes.

En esa exposición alguien cuenta lo que hacen. Desde Karibu Sana nos extendimos hablando de educación, de niños de la calle, y de cómo cada poco significa mucho (la posibilidad de un cambio radical) para alguien.

Javier Aranguren que no para de hablar

https://www.bethechangelunch.com te cuenta la iniciativa de cada mes. Además van creciendo las propuestas: con nosotros se han puesto la meta de conseguir 1.200€ y encargarse de la escolarización de 6 niños o niñas en colegios de día.

Y si eres tú quien tiene la iniciativa, contacta con ellos, que encontrarás un foro donde poder compartirla.

Apúntate para cambiando algo, cambiar el mundo

Karibu Sana y la Providencia

Me pregunta mi amigo X en qué medida he confiado en la Providencia para sacar adelante Karibu Sana. Le miro a los ojos, sin necesidad de pensar demasiado, y le contesto:

—Me he apoyado tanto que por eso estoy aquí.

Mi amigo es una persona muy generosa, y pudiente, que desde el principio me ha apoyado en este proyecto a condición de que trabajemos con mucha profesionalidad. Siempre le digo que eso lo dé por supuesto, porque así lo hacemos tanto en España como en Nairobi.

¿En qué medida me he apoyado en la Providencia? (es decir, en el convencimiento de que Dios está detrás de esta iniciativa y la cubre con el manto de su misericordia).

1— Desde que puso de golpe en mi corazón, en mis entrañas, la necesidad de ‘despertar a la realidad’. Ese momento en que, al darme cuenta de que no había dado de comer a un niño, me vi movido a buscarle durante cuatro días consecutivos hasta que pude proporcionarle el alimento que después se convirtió en educación.

2— Desde que decidí lanzarme ‘a la piscina’, a pesar de mi carencia total de medios. En enero de 2016 pagaba el colegio de 21 niños y niñas y solía terminar esos meses siempre en números rojos, que se solucionaban a base de aportaciones inesperadas. Conseguí no tener que decir que ‘no’ a ninguno de los solicitantes sinceros.

Algunos golpes hay que llevarse en la vida… Víctor y Tom (y uno con careto detrás) en Desert Streams

3— Desde que al mes de empezar una antigua alumna de mis años en Pamplona contactó conmigo para poner a disposición de Karibu Sana la Fundación que tenía con su marido, haciendo así mucho más fácil y transparente el proceso de donación, dándonos todo el respaldo jurídico y la posibilidad de que los donantes desgravaran. Tened en cuenta que por entonces yo no sabía nada de cómo debe funcionar el mundo de la solidaridad.

4— Desde que pedí un préstamo de 8.000€ a otra Fundación, porque yo no tenía nada, para poder ayudar a dos colegios en necesidades básicas, y cuando uno de eso dos colegios ardió desde las raíces hasta el techo esa Fundación decidió condonar la deuda: la audacia de pedir se transformo en la generosidad de dar.

5— Desde que estando en Nairobi, en esas noches largas de sudores fríos por falta de recursos y exceso de iniciativas, me iban viniendo a la cabeza nombres de antiguos amigos (entre otros el que me lanzaba esta pregunta), a los que habría visto no más de dos veces en casi treinta años (los que llevaba yo fuera de Madrid), y se hacía fácil encontrar sus señas, y casi todos respondían a menudo con una magnanimidad asombrosa.

Cuando fuimos a por Moses: ella es Barbra, llena de flores

6— Desde que conocí a Benedetta, que no tenía electricidad y dormía en el suelo junto a uno de sus hermanos y separada de los otros dos hermanos pequeños porque ella era la cabeza de familia y a los 16 todavía trataba de ir al colegio, y lo publiqué en Facebook y en media hora tenía un donante al que no conozco de nada que me decía que acababa de mandar los 250€ que necesitaba para que se fabricaran una litera, compraran colchones y se reuniera de nuevo esa familia de huérfanos.

7— Desde que la enfermedad de Emmanuel, un niño de la calle de Kwetu Home of Peace, fuera acompañada de una factura de 12.000 €, y las monjas me lo hicieran saber llenas de preocupación (muchas de las familias a las que ayudamos ganan en torno a los 1.000€ anuales: ¡12 años de trabajo solo en esa factura!), y yo les pudiera contestar de modo inmediato que justo el día anterior, a raíz de una generosa donación específicamente destinada a Kwetu, les había mandado 12.500€ y que problema resuelto.

8— Desde que Moses Javier apareciera en la historia de Karibu Sana con una semana de vida, y encontrara una familia maravillosa en Kenia que cuida de él con el amor que se tiene a un hijo, y ahora es un niño sano de casi 15 meses.

El día en que conocí a Moses Javier, recién recogido, recién acogido

9— Desde que, cuando andaba yo estos meses por Madrid sin saber muy bien cómo darle un empuje a Karibu Sana para que nos conociera más gente, me llegó a través de Messenger un mensaje de Manuel, a quien no conocía de nada, en el que me proponía el diseño de la Página Web y del Logo, y que lo donara, y que lo hiciera tan bien (visita www.lukcomunicacion.com, te va a encantar).

10— Desde que se me han ido uniendo pocos colaboradores, pero excelentes, como Michael Babu, Marta, Miguel, Sister Angela, Judy Oloo, Patrick, Moses Muthaka, etc.

¿En qué medida me he apoyado en la Providencia?

En toda medida posible, porque cuando alguien es generoso se convierte —queriendo o sin querer— en ‘las manos de Dios’.

La Navidad llega a Kwetu

Os presento una historia, casi una descripción, escrita ahora hace dos años:

5.11.2015
Voy todas las semanas a Kwetu por lo menos dos o tres tardes. Me da la vida estar con ellos, especialmente si la jornada de trabajo ha consistido en 7 horas leyendo, pensando y construyendo una clase en la que explicar a Rousseau a mis alumnos de 3º de Administración de Empresas.
El miércoles pasé por allí. Muchos de estos niños no saben inglés. Por eso me lancé a cantarles Malaika (‘Ángel’, ¿recuerdas a Bonnie M?) que se sabían perfectamente, y les hice reír por mi falso kswahili.

Es fascinante ver rezar a un niño de la calle

Antes les vi rezar. Impresiona ver a estos pobres abandonados (abandonados hasta que alguien se preocupó de recogerlos: ¡si no fuéramos tan egoístas y necios, cómo sería el mundo!) dirigiéndose a Dios, a Jesús, a la Virgen María. Primero cantan (bastante mal, por cierto), luego recitan las oraciones de siempre, luego me piden a mí que rece algo (y me lanzo a decir en español el ‘Bendita sea tu pureza’, para que la Virgen les conserve esa belleza de alma que tienen ahora) y, de pronto, se ponen de rodillas escondiendo la cara contra el asiento de una de las sillas, y un guirigay de cuchicheos, súplicas, casi llantos, recoge la oración personal de cada pequeño. Rezan por los padres que están lejos, por sus benefactores, porque aprendan a escuchar y a ser obedientes, porque nunca más vuelvan a encontrarse solos, abandonados en la calle. Pocas veces había visto algo más conmovedor, e interiormente doy las gracias a Dios por ser testigo de ello. ¿Aprenderé alguna vez a pedir?
Les acompaño en la cena y voy hablando con unos y con otros. Sale el tema de la Navidad. Casi ninguno ha tenido nunca un regalo. Peter me pide que le lleve unos patines; otro quiere unos guantes de portero; al más pequeñajo (8 años, desde los 3 viviendo allí) le pregunto si le gustan los juguetes, y se pone como una moto: «¿Un Spiderman?», y lo imagino por las grises habitaciones de Kwetu con su muñeco en mano, volando de una cama a otra, pues con su imaginación ha convertido a estas en rascacielos.
Luego observo que Peter, el que pide patines, está con cara triste al terminar de la cena. Le acompaño en un aparte de veinte minutos, trato de tranquilizarle con mi voz de barítono, le hago bromas, le cojo de la mano…, pero todo es inútil: El niño hipa, llora y no suelta prenda.

Peter, ¡nos ha dado ya más sustos con sus escapadas!

–«¿Qué le ocurre?», preguntó a Mose, el profesor, antes de irme.
–«Probablemente es porque mañana vamos a ir a su casa, a ver a sus padres, a contarles nuestro plan de rehabilitación, y él tiene miedo. Sabe que al escaparse hizo algo muy grave, y teme que le peguen. O que no le dejen volver aquí. Nosotros queremos que los padres sepan que su hijo vive, que está bien, y que tiene una oportunidad. ¡A ver qué tal mañana!», me explica.
Niños risueños, niños abandonados, niños que por toda posesión tienen un par de camisetas y de pantalones. Niños que han encontrado en la misericordia de Dios –y en la misericordia de los que siguen a Dios– la posibilidad de vivir una vida plena. Lo tienen difícil, pero pueden. Y, desde luego, con ellos descubres que hasta el último de los hombres –los más débiles, los niños del pegamento, la calle, las palizas, el hambre– merecen el don de todo el amor del mundo.

Las necesidades de Transform School

Me escribe Patrick, el director y fundador de Transform School of Kibera, sobre sus necesidades. Y es que vive en una constante situación de necesidad, porque casi la totalidad de sus alumnos son niños sin ningún medio, que con mucha dificultad pueden pagar algo de los pocos euros mensuales que les piden por su educación.

La escuela está en Kibera. Ocupa un espacio pequeñísimo. Con gran optimismo Patrick va sacando nuevas aulas (¿aulas?: cubículos enanos de paredes de madera y barro y techo de metal, en los que se amontonarán los críos en las bancadas rotas), entre ellas una que me asegura que será de informática.

Velma y sus amigas en un descanso entre clases

Le empezamos a ayudar porque por allí iba uno de los niños de Karibu Sana, Fidel. Me invitaron a visitarles, y me quedé sobrecogido de la pobreza (de la cutrez) de los medios. Nuestra primera ayuda se fue en adecentar el patio del recreo. Por un lado, se trasladaron las letrinas de sitio, de modo que las aguas negras ya no pasaran por el terreno en que jugaban los alumnos. Patrick, que dejó una vida fuera de Kibera como Pastor protestante para venir a servir ‘a la comunidad’, construyó también dos letrinas para los vecinos, que no contaban con esas ‘comodidades’.

Me enseñó un ricón de ese patio enano. ‘Aquí irá el huerto’, anuncia sin percibir en su frase ningún eufemismo. Yo solo podía ver un metro cuadrado de tierra reseca llena de trozos de plástico viejo.

En su último mail me pide ayuda para levantar cuatro aulas ahora que están de vacaciones. Cada una de ellas, con materiales y trabajo de obreros, viene a costar 260€. También me dice que tiene un buen plantel de profesores (yo les conozco, y sé que son gente muy entregada), pero que no logra pagarles durante las vacaciones porque no tiene ingresos (en esos meses los niños no pagan) y teme que le abandonen. Un profesor allí viene a cobrar unos 60€ al mes, ¡incluso menos que entre nosotros!

Niño mirando al patio antes de las obras: el agua negra se adivina arriba

La vida en Kenia es un reto. Más este año, de fuertes conflictos electorales, en los que la violencia entre los dos principales partidos políticos y el desorden provocado por ella -¡querido por ella- está impidiendo que la economía sin músculo de los pobres eche a andar. Sin ingresos los comercios no venden. Si no venden, los dueños no pueden pagar escuelas. Si no pagan escuelas estas no pueden contar ni con comida ni con profesores. El círculo vicioso de la pobreza es inmisericorde.

El profesor en clase. Pegados, sin puertas, tienen otras tres aulas

Karibu Sana solo quiere ser una aportación que rompa esa perversa circularidad.