Un colegio del campo
Tras la estancia en la granja de Ruai con Kwetu Home of Peace y sus 67 niños me llevaron a visitar un colegio nacional en la zona del campo. Las clases de los del último curso de primaria (8º) eran decentes: 48 alumnos en cada una de las dos. En cambio en los cursos inferiores (hasta 7º) las clases eran de hasta 97: habitaciones hiperpobladas, sin espacio entre los niños, ausencia de electricidad, el patio lleno de barro, un edificio del que había construidas dos paredes («El resto se lo han debido comer los del ministerio. Nadie ha vuelto a venir durante un año»). Entre tanto cientos de niños rodeaban al visitante blanco y cantaban a su alrededor.
En Desert Streams
Llegué a Nairobi. Enseguida me acerqué a Desert Streams, el colegio de Judy Oloo. Me enseñó las dos habitaciones que han montado con nuestra ayuda para dar refugio a niños y niñas en especial riesgo de exclusión (malos tratos, pobreza, vida en la calle). En seguida vi que tenemos que apostar por mejorar un poco más sus condiciones de vida, aunque los beneficiarios me aseguraron que se encuentran mucho mejor que nunca: seguridad, comida, la alegría de los jóvenes cuando están juntos.
Cuerpos de baile
Muchos niños nos rodeaban. En concreto estaban preparando un festival de danza que tendría lugar para todos los colegios de Kibera. Les acompañe a la competición. El colegio Desert Streams no lo hizo mal, pero sobre todo tenía a los bailarines más graciosos y guapos del contorno: camisetas amarillas y nuevas, pantalones negros, un toque de rojo… y la excitación por un plan extraordinario. Sumando los de los otros colegios podrían ser más de 3.000. Una ocasión estupenda para conocer a otra gente, comer helados de unos céntimos, salir de la repetición de lo cotidiano. Yo era el único blanco del contorno, y a todos les hacía especial ilusión que me acercara a verles y a aplaudirles. Una maravilla esa inmersión en ese contexto nuevo.
En casa con Moses Javier
Acabado el baile marché a casa de los Oloo. Compré una tarta para volver a celebrar mi 50 cumpleaños. Hablé largo y tendido con el matrimonio sobre cómo seguir nuestra colaboración: estoy empeñado en que sean capaces de conseguir otras fuentes de ayuda (en Kenia y en Estados Unidos) porque de otro modo se harían dependientes de nosotros y eso ni les ayudaría, ni sería sostenible, ni es el modelo de Karibu Sana. «A nosotros nos interesa pagar colegios de niños, pero no nos ocupamos de los colegios mismos. Tenéis que crear un plan de negocio», les decía.
Los Oloo cuidan de Moses Javier, un niño al que ‘adopté’ hace dos años y medio y que es un torrente de alegría y de genio (lo quiere todo y lo quiere ya, como buen niño). Me reí con él y con su hermano Wonderful, que casi se vuelven locos de alegría con los Lego que les regalé y que despreciaron olímpicamente los dos peluches que creía que les encantarían.
Por cierto, en Desert me reuní con Victor, el primer niño de Karibu Sana. Ya tiene 16, es muy alto y muy elegante. Me llamó la atención lo que ha mejorado su inglés, las notas que saca, su serenidad y el convencimiento de que es una realidad que hemos cambiado su vida. A él y a tantos.