Una de las cosas buenas de Karibu Sana es que te abre puertas para conocer a gente impresionante. Me ha ocurrido en Nairobi, con decenas de madres heroicas, de padres abnegados y de niños y niñas maravillosos. Pero también me ocurre en España: alumnas de un colegio, un amigo que organiza una fiesta para los desconocidos niños africanos… y Eugenia.
A Eugenia la he conocido gracias a Purity. Esta es una niña de Nairobi, que ya tiene 14 años, que desde los tres es paralítica cerebral por culpa y causa de una meningitis. Me propuse tratar de hacer algo por ella, y algún amigo (Manuel) me habló de Nacho y de Paula, y de su iniciativa Run4Smiles (Correr por sonrisas).
Me invitaron a su casa el martes pasado: 40 minutos de moto y me encontré en un paraíso en una planta baja. Nacho y Paula tienen seis niñas (¡seis!) y apenas han pasado los cuarenta años. Ella es sevillana, de acento alegre, de movimientos rápidos. Él tiene el aspecto que le pedirías a cualquier buen consultor de banca: traje y pulseras y en forma y barba.
Hace seis años nació la tercera, Eugenia. Desde el embarazo sabían que un citomegalovirus había hecho enfermar a la bebe. El único consejo médico que recibieron fue que abortaran. «Total, va a ser como una tabla. No podrá sonreír». Ellos, más asustados que valientes (o valientes precisamente por aguantar vivir dentro del susto) vieron claro que no era falta de la niña estar enferma, y que la cuidarían mientras pudieran. El dolor de esa espera no fue nada comparado con el que vino después: angustia, hospitalizaciones, gasto económico y –sobre todo– el derrumbe de un mundo de perfección, salud y seguridad que se habían construido con estudio y con esfuerzos. Eugenia llenó su vida de zarandeos. Nacho reaccionó con rabia; Paula se acercó a Dios. Lo que no lograban era caminar juntos.
Pasado un tiempo, con Run4Smiles ya en marcha, nacieron las mellizas, las hijas 4 y 5, lloronas y ruidosas, e inesperadas. Aquello fue la gota que colmó el vaso del agotamiento de Nacho, y al descubrir que con sus propias fuerzas ya no podía nada, descubrió (Dios le hizo ver) lo que su mujer le venía aconsejando: que se abandonara en Dios. Un retiro de Emaús al que le invitó un amigo transformó la perspectiva.
Seguidamente el matrimonio peregrinó a Medjugorje, también a causa de unas palabras casuales de una amiga («Salió el sembrador a sembrar…»). Rezando cada uno por su cuenta descubrieron exactamente lo mismo: «Eugenia ha venido para que ayudemos a matrimonios sin recursos con hijos en situaciones similares…, y para que les ayudemos a ganar visión sobrenatural». Y es que el número de rupturas que causa el estrés que acompaña a estas situaciones es muy grande: los niños paralíticos cerebrales son regalos no previstos. Lo que Nacho y Paula habían por fin descubierto era precisamente esto: Eugenia era un regalo.
A Eugenia le basta con ser. Al contrario de lo que decían los médicos, Eugenia sonríe. Y convoca en torno a su cama o en la generosa sala de estar de su casa, a decenas de personas cada lunes, cuando se aúnan para rezar el rosario y dar un beso a la niña. Sus hermanas se arremolinan en su entorno, y juegan con ella, la cuidan, la quieren… aunque Eugenia se limite a ser, y regale sonrisas. No la van a juzgar nunca por sus obras, por sus productos, por su sueldo, por su coche. Y en cambio no para de dar lecciones de alta catedrática en Antropología sobre la posibilidad del amor desinteresado, y sobre la realidad de que los hijos valen por que son, no por su CI, sus habilidades motoras o por su dicción.
«¿Quieres que organicemos una de nuestras jornadas de oración para que nos hables de Karibu Sana y ver si algunos de los que acuden se animan a cuidar de la educación de algún niño?», me ofrecieron Paula y Nacho.
«Pero vosotros necesitáis dinero para ayudar a vuestras familias y a Eugenia».
«Bueno, Dios proveerá», responden.
Y yo volví a mi casa en mi moto pasando frío y dando gracias.