Jomba se llama en realidad Bryan. Le conocí en la calle hace dos años y pico: pasaba el día por mi zona, sin nada que hacer, con 12 años. Su madre vivía lejos de Nairobi, y nunca se ha preocupado demasiado ni por él ni por Jackson, su hermano. Ella estaba lejos ‘para ganar dinero’ y los dos muchachos vivían en Kibera sin escuela ni educación: como tantos de los nuestros.
Tras conocernos hablamos del colegio. Al principio iban a uno que no conozco, dejándome siempre con la sensación de si no sería un modo de la madre para sacarme dinero. Al cabo de unos meses les pedí que se cambiaran a Desert Streams, la escuela de nuestra amiga Judy Oloo, porque ella se encargaría de seguirles de cerca. ¡Y vaya que si lo hace!
Judy me pidió que habláramos por teléfono hace unos días. Algo urgente: ‘Jomba no está viniendo al colegio. Vive con sus hermanas, que deambulan por la zona y ejercen la prostitución y llevan hombres a su casa (chabola de una habitación) y Jomba está en la calle todo el tiempo y se ha empezado a drogar».
Ahora tiene 14 años. No hay derecho a eso. Quedamos en rescatarle. Judy sale a buscarlo.
A los dos días, estando yo en un congreso en Logroño, establecemos una videoconferencia a través de Whatssup. Hablo con ella, y con Jomba, y con Moses Wafula, y con Omosh. Judy es la que me señala la conveniencia de que todos estos chicos (los mayores por edad en su colegio, algunos retrasados varios cursos porque todavía no les habiamos conocido) adquieran uniforme y libros nuevos. Le digo que por supuesto: el orgullo a veces es una virtud, y si ellos se sienten limpios, y ‘nuevos’, irán con más ganas a clase.
Pero no basta: ‘¿Qué hacemos por Jombá?, ¿y por Jackson?, ¿y por Moses Wafula?, ¿y por Omosh?’. Los cuatro han tenido experiencias durante este año que a cualquiera de nosotros nos marcarían de por vida, y que no querríamos jamás para nuestros hijos, ni para ningún niño del mundo.
Respondo: ‘Judy, hablemos con Michael Babu. Tendríamos que organizar en el terreno del colegio una pequeña casa en la que durmieran los niños más dañados. Por ahora provisional, hasta que podamos levantar la escuela nueva, pero por lo menos con literas, y con una zona donde puedan lavarse y cambiarse con intimidad’. Responde: ‘Podría conseguir un profesor que durmiera con ellos, que les cuidara’. Y mi cabeza se pone automáticamente a calcular: coste, sostenibilidad. Aunque sé que lo haremos ajenos a todo cálculo: ellos lo necesitan, y lo merecen. Merecen nuestra ayuda, y la de las personas que conozcas y que puedan.
Si concierais la sonrisa de Jomba, la mirada de Moses Wafula, lo cansado que está Jackson de la miseria, la dulzura de Omosh, lo veríais tan claro como yo.
Una casa segura para Jomba, ese podria ser el nombre de nuestro nuevo proyecto en Karibu Sana.