Austin y Sísifo

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Austin Peter

Es conocido el mito de Sísifo, traído al mundo contemporáneo por la mano experta de Camús. El hombre condenado a subir la piedra al monte, la misma que rodará hacia el otro lado, que tendrá que volver a subir, para caer de nuevo en el punto de partida. Cíclicamente. Para siempre.

La vida de Austin, quizá la de todos, se parece. Austin carga con una piedra llena de dolor. Hasta 5º de primaria era un niño normal, hijo de una familia pobre que vivía unida en el arrabal de Kibera. La madre enfermó, muriendo pronto por causa del SIDA. Nadie sabe si por desesperación, o por cobardía ante la carga de tres hijos, a los pocos días el padre desapareció de sus vidas, dejando a los pequeños abandonados en su minúscula chabola. A día de hoy nadie sabe si ese hombre murió, si paso a Somalia, si existe. La familia se hizo cargo de los hijos: vivirían con el abuelo y con algunos de los tíos de la rama materna, a 60 kilómetros de Nairobi. Las consecuencias para Austin fueron devastadoras: del primero de la clase en 5º, pasó a repetir 3 veces 6º. Sus escapadas del colegio y de casa se repetían, como en el mito de Sísifo. El niño se escapaba para buscar a su padre: primero por Kibera, luego a lo largo y ancho de Nairobi. En una de estas se acostumbró a la calle: la libertad, la falta de ataduras. Cada vez le costaba más volver.

Austin piensa su siguiente paso

Me lo encontré a la puerta de un mercado. Vendía cacahuetes envueltos en papel de periódico, a 10 céntimos la pieza. Yo le pagué 50 por una.

–»Te conozco», me dijo. «En ocasiones que vendía cerca de Strathmore me compraste también por más de lo que pedía».

–»¿Y por qué vendes cacahuetes?», pregunté.

–»Para pagarme el colegio», me respondió, con esa reserva de la verdad que no incluía otras realidades como ‘me he escapado de casa’, ‘me piden dinero por el lugar en el que duermo’, etc.

–»¿Y si vienes a verme a Strathmore con tu madre y hablamos del colegio?»

–»No tengo madre».

–»Da igual. Con quien te cuide».

Y así empezó nuestra relación.

Pasados unos meses, ya centrado en un colegio interno no lejos de su casa, Austin me escribía con frecuencias mensajes al móvil. Me di cuenta de que me llamaba ‘Daddy’, ‘Papá’, y eso me encantó. Fui a verle una vez a su escuela, me lo llevé a comer al pueblo más cercano, y no le importaba lo más mínimo darme grandes abrazos delante de sus compañeros de clase».

–»Austin», le dije un día, «¿quieres que me ponga en el lugar de su padre? ¿Quieres que pase de ser Javier a ser ‘papá’?».

Me abrazó todavia más fuerte, y me respondió que sí.

Austin parece que ya se ha decidido

Terminó el curso. Hizo el examen nacional para pasar a secundaria. Fue un completo fracaso, lejos del aprobado. Yo le dije que no se preocupara, que era lógico con sus constantes estancias lejos de la escuela. Él pareció aceptar los hechos, pero a los tres días me pidió dinero para comprar un cuaderno. Lo utilizó en un billete sin retorno a Nairobi: desapareció en la calle. Una vez quedé con él, me hizo esperar dos horas en la estación de autobuses del centro de la ciudad, comimos juntos y me prometió volver a intentarlo. En un momento dado me dijo que tenía sed. Me dirigí a un supermercado para comprar una botella de agua. Noté algo extraño. Me di la vuelta. Austin habia desaparecido: me dejó tirado, no se encontraba todavía preparado para aceptar ninguna responsabilidad.

A los pocos días volvía yo a España. Al pie del avión, mis últimos instantes de los 18 meses en suelo keniano, conecté con él por vía telefónica.

–»Vuelve, Austin. ¡Hazlo por mí!, ¡hazlo por tu padre!».

Le costó tres semanas decidirse, pero al final volvió.

En junio le visité en su casa. Estaban de vacaciones y pudimos pasar 24 horas juntos. Me cuidaron a cuerpo de rey, construyendo una cama en el salón para que yo durmiera. Charlamos muchísimo, se le veía feliz.

Pero el nuevo cursose le hacía cuesta arriba. Ni el colegio ni la comida le gustaban. Encima pasó algo, un profesor que se quejó de la desaparición de una radio, las sospechas sobre Austin, la amenaza de que vendría la policía para interrogarle. Huyó del colegio, a un mes del final de curso. Me escribía su tía que no sabía que hacer: salía a buscarle por Nairobi. Él a veces se comunicaba, pero siempre mentía, nunca cumplía su palabra.

En enero puede estar con él. Había vuelto a casa dos semanas antes, quizá suponiendo mi llegada. Quedamos en vernos en Ruai , la casa principal de los niños de la calle de Kwetu. Vino. Abrazos. Hablamos del cambio de colegio: iría a uno nuevo, cerca de casa. Abrazos, «no volveré a escapar, papá, lo prometo». Nos hicimos unas fotos, renovamos nuestra filiación/paternidad, me llené de esperanza.

A los tres días me volvió a llamar su tía: Austin había desaparecido de nuevo. Yo, que ya no le tengo miedo, pedí a la buena mujer que se tranquilizara:

–»Volverá, ¡siempre vuelve!». Como Sísifo.

Father…, and son

Y así ha sido. Hace tres días ella, Priscillar, me escribió de nuevo:

«Hi Javier, hope you are doing okay, am glad i found Austin a day before yesterday and I took him to a nearby school yesterday but i did it in hurry. i was kindly asking if you could please assist because he left in a hurry and i didn’t have sufficient funds to buy him anything and the school principal  is already calling saying he will send him home. i need atleast 2,500/= for stuff he needs. sorry for telling this in such a short notice it is because everything happened so fast. am at a cyber».

Austin ha vuelto. Hasta la siguiente vez. Le repito a Priscillar que le diga al muchacho que no se preocupe: que aquí (con ella, conmigo) está su familia, y que la familia es el lugar al que siempre se puede volver. Como Sísifo.

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