Las donaciones

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El nombre de una niña generosa

Karibu Sana funciona gracias a las donaciones que recibimos.

Todas son maravillosas. Algunas son puntuales, otras llegan cada mes, todas suman. Algunas tienen ese sabor de heroísmo de los que comparten sus ajustados presupuestos. Otras vienen desde personas con medios económicos que, siguiendo la expresión que tanto he escuchado en Kenia, quieren ‘devolver a la comunidad’ lo que han recibido.

Es verdad que con las empresas a veces cuesta. Nuestro problema es doble.

Por un lado, se trata de una donación con ‘poco retorno’. Hace un tiempo comentaba en una empresa del sector inmobiliario si podíamos compartir un proyecto. Me aseguraron que parte de la dificultad son la cantidad de propuestas que les llegan cada semana. Pero también que hacer algo en Kenia, por muchas fotos que reciban, no tenía la misma repercusión que hacerlo en Madrid.

Por otro, algunas empresas grandes tienen una comprensión de la ayuda que a mí se me escapa. Esta semana, en mis clases de Ética Empresarial, hacía ver a mis alumnos que lo que habían gastado durante 2016 dos grandes multinacionales en sus muy publicitadas campañas solidarias era el equivalente –por medio de una sencilla ‘regla de 3’ que me las vi y deseé para recordar cómo se hacía– a una persona con un sueldo mensual de 2.000€ dando 16€ al mes o 4 a la semana. Mi pregunta era muy simple: ‘¿Os parecería ridículo haceros una foto entregando esa cantidad en el cepillo de la Iglesia o a un pobre en el Metro, foto en la que quien lo recibe tendría que salir sonriendo como si hubiéramos eliminado con nuestro gesto la maldad del mundo?’.

Y es que no sé ser popular. En una ocasión otra gran empresa aceptó una propuesta nuestra pidiendo un medio de transporte para niños de Kwetu, de los que algunos andaban hasta 24 km al día para ir y volver de la escuela (con el precio de que un buen grupo había abandonado el programa por agotamiento y habían retornado bajo los puentes y a la droga). Preparé un vídeo, escribimos una narrativa y un presupuesto… y al cabo de dos semanas nos dijeron que les había encantado pero que los 5.000 € se los había llevado otro de los tres proyectos presentados. En mi afán de ‘hacer amigos’ les escribí una carta. Les hacía ver que con los beneficios de la empresa (públicos en internet) podían perfectamente haber financiado los tres pequeños proyectos (e incluso 300). También les di las gracias por su ‘estudio del proyecto’, y les aseguré que por ahora esos niños seguirían andando casi 6 horas al día. Y les lancé una pregunta ‘inocente’: ‘¿Me aconsejáis para próximas ediciones de la convocatoria que los niños que salgan en el vídeo lo hagan llorando para que conmuevan a los jueces?’. Sentí vergüenza.

¿Un empujón a cada una?

No la siento cada vez que experimento la generosidad, asombrosa, de tantas personas. Una que aporta 5€ de su pequeña pensión. Otro que, aprovechando el cambio de Fundación, revisa lo que da y llega al acuerdo con su mujer de doblarlo. Otro, extremadamente generoso y con grandes posibilidades económicas, que ante mi insistencia de que quizá podría venirse a Kenia a conocer de primera mano lo que hacemos, me insinua que mejor que no, ‘que la mano izquierda no sepa lo que hace la derecha’. Están también los que donan lo que sabe hacer: una web, una lista de contactos que podrían entender lo que hacemos, ¡un traje porque es sastre!, su tiempo… Y los que ‘despiertan a la realidad’, y ‘adoptan’ a un niño porque hacen todo lo que pueden por sus propios hijos y entienden que también ese desconocido se lo merece.

Pero por encima de todos está Nerea. Fui a casa de un matrimonio amigo. Allí conocí a su hija, de 9 años. Tímida, se me acercó gracias al típico empujón de madre instándola a hablar. Me agaché y me puse a su altura. Me dijo: ‘Esto para uno de tus niños’. Me dio 30 euros, sin un gesto de duda. ‘¡Nerea!, ¡me emocionas!, ¡me has dado de los pocos ahorros que tienes!’. Responde, con su magia de niña: ‘Bueno, ¡no te he dado tanto! ¡En la hucha tenía 143!’. Me aseguró la madre que fue una decisión de la niña, movida por los relatos de esta web, que de vez en cuando leen juntos en casa.

Como ella, son bastantes los niños y niñas que se deciden por un ‘cumpleaños solidario‘, o porque sus regalos de Primera Comunión sean para educar en África: ‘¡Solo quiero dinero!’, exigía Ignacio hace ya más de un año, y lo cumplió.

Las donaciones. En los últimos días una gran empresa nos ha hecho un donativo que cubre la educación de todo un año de 7–8 niños en un colegio interno, o de 35–40 en escuela de día.

En los últimos días hemos recibido varias donaciones más.

Sister Carol, de blanco, con niños de Kwetu

Una, muy generosa, iba con la condición de que fuera aplicada para los niños de la calle de Kwetu. Me contó Sister Carol, la directora, que el mayor drama que tienen es que cuando los niños terminan su estancia de dos años con las monjas, y se reintegran con sus familias, con demasiada frecuencia vuelven a la calle a causa de la pobreza o a causa del rechazo que reciben de parte de sus padres. Sister Carol y yo coincidimos en la solución: que cuando acaben todos se puedan incorporar a colegios internos, que les saquemos de verdad de la pobreza, que trabajemos en esa oportunidad irrepetible de aprender. Y eso es muchísimo dinero, porque Kwetu cuida de 120 niños, y cada año terminan el programa unos 60. Un colegio interno son 700/800 euros al año por niño (¿qué cuesta un colegio interno en Inglaterra?), y es la diferencia entre una oportunidad de vida o el desastre de la droga y la violencia. Esta nueva donación –unida a otras recientemente recibidas– me permitió escribir, apenas tres minutos despues de haberla recibido, a Sister Carol y a Michael Babu informándoles que de pronto tenemos los medios para cubrir la educación de otros 30/35 niños antes en la calle. ¡Cómo lo celebramos!

Peter, antiguo de Kwetu, que va y vuelve de la calle

Un dicho judío dice que ‘Quien salva una vida, salva al mundo entero’. La donación de Nerea, la de esa empresa multinacional que piensa en algo más que en los resultados, la de aquella persona pudiente que sabe las consencuencias impresionantes que tiene su acto de dar, las de todos vosotros, no hacen más que salvar vidas. Sois realmente eficaces de cara a mejorar este mundo nuestro.

Y encima sin recibir aplauso, solo oraciones que suben como humo blanco al Cielo desde los corazones de esos niños. Creo que sé bien quiénes son los que, de verdad, salen ganando por todo esto. ¡Gracias!

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