Flores en el estercolero

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Niños en Kibera Karibu Sana

Mis días en Nairobi se suceden rápido. Además he empezado con mis clases en un master universitario: ayer fueron seis horas y no me dejaron tiempo para mucho más (pude contestar unas llamadas, mandar algo de dinero para viajes de vuelta al colegio, consolar a otros, empujar unas gestiones que pudieran devolver la confianza a un matrimonio que se encuentra anímicamente por los suelos, etc.). Tengo la sensación de que esto nunca me había parecido tan intenso, ni tan duro: ver a gente que sufre, para los que no parece haber salida, puede ser desasosegante. Y ver tanta miseria, tanta pobreza, la basura por las calles,  los olores, me sigue impresionando. Y, sin embargo, no dejo tampoco de encontrarme con maravillas: personas que gracias a nosotros han pegado ya un cambio radical a sus vidas (os hablaré en breve de nuestras business women) y, sobre todo, los niños. Os pongo unas fotos como muestra.

Moses Javier, lleno de vida

El primero es Moses Javier, ese niño al que adoptaron mis amigos Oloo tras llegar al acuerdo de que yo les echaría una mano en el sustento. Es un niño muy simpático, juguetón, que investiga el pequeño mundo de la sala de estar de su casa con intensidad, y que destila vida por todos los poros. Solo por él, merece la pena la experiencia Karibu Sana.

La princesa de Nairobi

Su hermana Joan, a la que quise invitar a España, y que pasó un mes en casa de mi hermano y en el colegio de mis sobrinas. Eso le ha abierto tremendamente los ojos, le ha regalado otra perspectiva, y espero que le haya ayudado mucho. Ellos viven en una casa normal, con las estrecheces propias de personas acostumbradas a dar mucho a los más pobres, si bien su padre tiene un empleo e ingresos fijos gracias a su trabajo como mantenedor del mayor hospital del país. Joan es muy buena chica, sencilla, callada, alegre y bromista. A la vez sufre las penas propias de las adolescentes (¡la vida se les llena de tremendos ‘dramas’) y es encantadora.

Winlest Lankas, alegre, divertida y en el futuro ¿abogada?

O Winlest Lankas Selayan, nuestra alumna masai. Lleva con nosotros dos años y se cambió el último trimestre a un internado donde pudiera estudiar Ciencias Sociales (aunque, horror, la Química es obligatoria para todos). Vive en el colegio y las vacaciones las pasa a caballo entre su casa en Kibera o el terreno que tiene su madre en tierra masai, donde se dedica gracias a nuestra ayuda a la cría de gallinas. Winlest es callada, le encanta llevar gorros o ponerse pelo de colores, es muy aplicada y está en proceso de bautizarse, lo que le hace una gran ilusión.

Immaculate, huérfana, soñadora, con mirada profunda

Immaculate es su sobrina. Quedó huérfana de padre en diciembre de 2016, mientras este ayudaba a la madre de Winslet a construir el gallinero. Tanto esta niña como su madre, la viuda, viven ahora con la madre de Lankas. Eso sí, les dije que nos encargaríamos nosotros de la educación de la pequeña, y así lo hacemos. Para la foto puso su disposición de modelo (¿cómo es que esta niña sabe perfectamente cómo hay que posar). Me hizo gracia comprobar que el jersey que lleva es el mismo con el que la conocí hace 14 meses: en Kenia las cosas duran.

David, delgado, pequeño, líder entre los suyos

David vive en Kwetu. Cuando vine a Nairobi en junio había huído de allí. Me dio tanto coraje que me lancé a su busca. Fui a la estación de autobuses de Nairobi (un lugar donde reina un caos que no podemos imaginar, lleno de ruido y furia que nada significa…) y concentré a un grupo de 30 niños de la calle que andaban por ahí (sucios, la ropa negra de mugre, las botellas de plástico con pegamento insertadas en la boca) y les mostré la foto de este niño mientras mi acompañante (un niño de Kibera) se apartaba asustado por ellos. Uno de los presentes me dijo que le conocía, y que le daría mi recado: «El muzungu (blanco) ha vuelto, y te busca». Coser y cantar: al día siguiente volvió a Kwetu y me acerqué a abrazarle, y a sacarle la promesa de que no volveria a hacerlo. El viernes estaba en la casa madre de Kwetu en Ruai. Volví a asegurarle (a él y a la monja principal) que podía contar con nosotros: que seríamos su esponsor y que no tenía nada que temer. Es de los niños que no puede volver con su familia: son tan pobres que en cuestión de días David estaría de nuevo en la calle. Rezo porque no le perdamos.

Víctor: verle siempre es sorprendente

Sabéis de mi debilidad por Víctor. Y está bien fundada: es el niño que removió mis entrañas de modo que nos lanzamos a dar comienzo a Karibu Sana. Su familia está sufriendo un montón por el mordisco de la pobreza: llevan una semana que solo pueden comer una vez al día, y de un modo tremendamente básico. Se me rompía el alma al ver a sus padres (ninguna formación, corazones gigantes) tan hundidos. Y, sin embargo, Víctor no ha dejado ni un segundo de darme lecciones. Primero de humildad: me dijo que pensaba que lo mejor sería repetir 7º, porque tiene muy mala base. Es verdad: cuando le conocí había perdido ya dos años de escuela. Si no nos hubiéramos encontrado ya serían cuatro y no habría nada que hacer. Con 15 me plantea repetir nuestro 1º de la ESO (que se hace a los 12/13). Yo le he dicho que no: que pase a 8º (2º de ESO) para acabar la primaria y que si no sale bien repita. Quiero además llevarlo a un internado, de modo que esté en mejores condiciones y los padres tengan una boca menos que alimentar. Me ha vuelto a dar también lecciones de generosidad: nos invitaron a una Fanta en una de las casas que visitamos. Yo dije que no quería (sé lo que gana la mujer de esa casa) y él no dejaba de obligarme a tomar de la suya, ¡el mismo día en que llevaba sin probar bocado desde la noche anterior! Me conmuevo al pensar lo que le quiero, y lo que me encantaría que realmente salgan adelante. Trabajo muy seriamente en ello.

No tenía escapatoria: bebería de su fanta
Esther, flor de mayo

Su hermana Esther no le va a la zaga: de 11 años, muy pequeña de tamaño, delicada como una flor de Mayo, muy responsable, que sufre por el hambre y por no tener zapatos, y porque es una niña presumida (porque es una niña normal, fantástica), y que lloraba desconsolada cuando le dije que tenía que marcharme, aunque durante mi larga visita su vergüenza casi no le dejara ni atreverse a mirarme.

Benjamin Kipataa con su abuelo, en la puerta de su magnatta

Le tengo especial cariño también a Benjamin (en realidad, me parece que a todos los niños que conozco). Él es masai. Tiene la voz rasposa. Habla con fluidez tres idiomas (masai, kswahili, inglés) y, aunque también es pequeñajo, tiene ya 14 años: ahora empieza 8º, donde deberá ponerse las pilas porque a fin de curso se enfrenta al examen de ingreso a la secudaria (como Víctor). Vive en un poblado masai. Llaman a las casas magnatta (pronunciado mañata). Las auténticas se construllen con maderas y el estiercol de sus vacas: algunas de las del poblado son así. Gracias al Cielo la suya es de planchas de metal. Viven entre los rebaños de vacas y cabras, él, sus hermanos y padres y otras siete familias. Los niños corretean sucios entre el estiercol y el polvo, y son tremendamente felices. Me presentó a su abuelo, «tiene 120 años», me aseguraba. Otra anciana se me acercó ataviada con las coloridas ropas de los masai (las mujeres usan verde y amarillo, mientras que los hombres rojo). Los dos viejos tenían tremendamente crecidos los lóbulos de las orejas. Benjamin no: aunque pastorea vacas desde los seis años, viste como un niño normal , aunque viven en una pobreza asombrosa. Su madre quiso regalarme una de las joyas que prepara con abalorios (una pieza para el cuello realmente bonita). Con una decisión que se cultivaba hace ya meses en mis adentros, le dije a la buena señora que pagaremos la escuela no solo de Benjamin y de su hermana, sino también de sus otros dos hijos: ellos comprarán los libros, o al menos compartiremos ese esfuerzo, y nosotros pondremos la semilla de la educación en esta comunidad misteriosa, antigua como la humanidad.

Emmanuel, con su alegría trasciende su sufrimiento

Por último, mis debilidades no tienen fin, la foto de Emmanuel. Es el chico que casi muere de un problema renal el año pasado. Nosotros pagamos la factura del hospital. Para que os hagáis una idea, nos hemos lanzado con la reforma de la casa principal de Kwetu (baños, cañerias, rehacer algún muro, mosquiteras para 50 literas, 220 litros de pintura, los sueldos de los obreros…) y nos va a costar bastante menos que su tratamiento (por cierto, ¡necesitamos inversores!). Volvió al colegio hace dos días. Vive en Kwetu cuando está de vacaciones pues en su casa sufrió todo tipo de violencia. Es un misterio lo bueno que es, el modo en que mira, su increible sonrisa, su paciencia.

Flores en el estercolero. No puedo evitar el recuerdo de esa idea de Hanna Arendt: con cada persona empieza siempre, de forma radical, la novedad, lo nuevo. La vida de estos niños no la querríamos para los nuestros. Pero late con una fuerza inmensa, y llena de esperanza. Tú y yo podemos cuidar de ellos, arroparlos con nuestra atención, asegurarles algo mucho mejor de lo que en principio les espera.

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